lunes, 5 de mayo de 2014

¿Qué es la literatura infantil? (II) Una respuesta desde la teoría

Así como en la entrada pasada se hubo de abordar una tentativa de definición de lo que podría entenderse como literatura infantil a partir de la experiencia personal, en ésta se procurará replantear esta primera aproximación, ahora principalmente desde el aporte teórico de tres autores: Gemma Lluch, Joel Franz Rosell y Liliana Bodoc. El primer para paso para esta labor será analizar sus propuestas en sus particularidades, intentando luego aunarlas en busca de una visión en común sobre la LIJ; el segundo, contrastar ésta con los principales puntos de mi propia definición; el tercero, extender y desarrollar una reflexión final, que a pesar de su nombre distará mucho de ser definitiva, si consideramos la complejidad del tema abordado.

Como se enunció en la entrada anterior, se presuponía que la literatura infantil seguramente habría de tener una gran cantidad de definiciones distintas, y que aun aquéllas que más aspectos podrían tener en común presentaban énfasis distintos. La comprensión de las tres propuestas de los autores citados (audiovisual en el caso de Lluch y textual en el de los dos últimos autores) confirma esta suposición. Para Lluch, el foco está en lo relativo que es el rótulo de “infantil”, que ella estima más propio del mercado editorial, a fin de establecer un catálogo que delimite determinados productos (en este caso, libros), antes que una definición de matice artísticos. Para Rosell, lo más relevante en la literatura infantil es su naturaleza estética, destacándola como obra de arte que trasciende el concepto más general de “libros para niños”, que exponen una visión particular de su autor y que requiere en el niño lector algo más que un destinatario pasivo. Por último, Bodoc hace especial énfasis en la voz del autor como artista al momento de darle forma a la materia con la que se está creando: el lenguaje.

Se ha escrito hasta aquí de focos, y la elección del término no es casual, pues se quiere expresar la idea de que, por muy variados que pudiesen resultar los aspectos destacados por el análisis crítico de estos tres autores, en realidad todos están depositando las luces de sus visiones sobre una visión compartida y que podría sintetizarse en la siguiente afirmación: la literatura infantil es literatura, por consiguiente, arte, y debe ser leída, analizada y experimentada como tal.

No deja de resultar curioso que los tres parezcan concordar en un aspecto que podría estimarse polémico a estas alturas: el concepto de literatura infantil parece ser bastante engañoso, velado por sombras que obedecen a propósitos muy distantes a razones o motivaciones estéticas. Lluch señala que aun obras consideradas infantiles son leídas y disfrutadas por adultos, y que, por otra parte, obras destinadas originalmente a adultos terminaron llegando a los niños. Por otra parte, obras que aparentemente sí tendrían como único destinatario a los niños, por su carácter didáctico y pueril, son apartadas por Rosell, al insinuar que estos trabajos, si bien libros infantiles, no deberían ser considerados como literarios. En ese sentido, podría apostillarse aquí que esta confusión incluso podría extenderse a la literatura “adulta”, pues es frecuente oír términos como “literatura técnica/científica/médica”, refiriéndose a libros de no ficción especializados en un área en particular y de pretensiones claramente instructivas y nada estéticas. Si ni siquiera el mundo adulto entiende muy bien lo que es el arte de la palabra, se comprende entonces que la literatura infantil sea especialmente asolada por este tipo de confusiones, considerando que la infancia sin duda es una etapa crucial en cuanto a formación y aprendizaje.

Sin embargo, Bodoc se apronta a aportar una clave para disipar esta confusión: el pensamiento poético. Ya que la literatura infantil es arte, es imposible concebirla como una creación que se limite a replicar la visión más pedestre y banalizada de lo cotidiano; tiene que suponer una mirada distinta de la realidad, una resignificación de sentido a través del potencial comunicativo y expresivo del lenguaje. Es particularmente llamativo que este tipo de consideraciones se reiteren ya no sólo en estos tres autores, sino también en diversos estudiosos en LIJ, escritores y hasta en lectores críticos. Pareciera ser que el intento de proclamar la naturaleza estética y artística de la literatura infantil se lleva a cabo de manera aún más intensa que en la literatura adulta, acaso porque en aquélla es más urgente. Intentar esbozar algunas motivaciones puede resultar riesgoso, pero a la vez esclarecedor: tal vez se deba a que es uno de los primeros acercamientos artísticos del ser humano, al ser los niños el principal público objetivo, o incluso a que tanto niños, jóvenes y adultos conciben a la literatura infantil como un tipo de literatura más plena de sentido que aquella destinada originalmente a adultos, que tanto gusta de refocilarse en temas de escasa hondura existencial o espiritual como la política o el sexo desenfrenado, y muchas veces con un estilo desabrido o extremadamente barroco.

Me atrevería a plantear que la verdadera literatura infantil, la que importa y que es capaz de hacerse un hueco en la vida del niño, joven o adulto, desarrolla temas mucho más relevantes y con un uso del lenguaje mucho más plástico, hermoso, sincero y, en fin, estético. De ahí que, quizá, un texto como el de Bodoc pueda leerse a la vez como una expresión poética de un asunto que sin duda para ella rebosa pensamiento poético como la literatura infantil; tal vez para la autora argentina no haya otra forma de referirse a la belleza del lenguaje que adquiere esta manifestación particular de la literatura que recurriendo a ella misma.

A partir de lo anterior, puedo constatar que en realidad mi definición planteada en la entrada anterior no dista mucho de lo que exponen estos autores. Todos concordamos lo que implicaría que la literatura no pueda restringirse a un público específico, en este caso, uno exclusivamente infantil: quizá éste podría considerarse parte de mi foco particular en el texto que exponía mi visión personal. Fuera de eso, Rosell me demostró  de manera bastante reveladora el encuentro entre autor adulto y lector niño a través de la obra: “Toda obra maestra de literatura infantil es el resultado de un descubrimiento, de una invención, de una revelación, de un compromiso del espíritu del autor  —inevitablemente un adulto—  con las esencias y posibilidades de lo humano que se revelan a través de los niños”. Es interesante la valoración que se hace del autor infantil, ya no castrado estéticamente por imposiciones externas como la propia Lluch, en otra obra, señalara, sino con su voz desatada, escribiendo de los temas e historias que a él (o ella) realmente le importan, y esperando que un lector (sea niño o adulto) conecte con esta sensibilidad particular. Personalmente creo que este es un factor que se suele olvidar respecto a la LIJ y que debe ser rescatado, pareciéndome loable que estos autores (en especial Rosell) lo remarquen: el autor infantil es un autor literario y, como tal, posee una voz e imaginario estéticos y propios, con el que un lector niño puede sentirse particularmente identificado, sin que ello excluya a otros adultos lectores.

Volviendo a mi foco personal respecto a la trascendencia de la LIJ, éste sin duda nacía de la identificación y reconocimiento de la naturaleza estética de la literatura infantil, otro aspecto que destaca con particular fuerza en las tres propuestas analizadas. Sin embargo, considero que una de las más claros y rotundos afirmaciones al respecto la entrega Bodoc: “[…] el pensamiento poético es un modo de conocimiento tan serio y trascendente como  el pensamiento racional. El arte en general y la literatura en particular ‘conoce’ y explica  la realidad de un modo particular y, como tal, insustituible. Un conocimiento que de ningún otro modo podríamos adquirir. Y sin el cual crecemos con desventajas emocionales, con limitaciones sensitivas. El arte ejercita, como ninguna cosa, la emoción, la imaginación, la intuición, la capacidad de perdonar y de soñar.” 

Esto se enlaza enseguida con los reparos respecto a todo cuanto no tiene que ver este valor artístico y que erróneamente se asocia a la LIJ, como el texto didáctico o moralizante o algunas imposiciones relativas al rango de edad en que se destinan algunas lecturas, como las colecciones que editoriales grandes preparan en miras a los planes lectores. Esto correspondería a la evolución que ha tenido la literatura infantil, desde una concepción original bastante plana e instructiva hasta su condición actual, que reasume su valor estético y capacidad para cuestionar el mundo, acorde a una reconsideración de la naturaleza infantil y juvenil y a un nuevo campo de estudio dentro de la literatura.

Por todo lo anterior, siento estaría en condiciones de sostener que las visiones de estos autores y la mía propia son complementarias, pues yo también me siento iluminando secciones de la misma figura sobre la que ellos están centrados. Creo que esto se debe a que, como mencioné en mi entrada pasada, yo ya había tenido un acercamiento teórico y académico a los conceptos asociados a la LIJ, habiendo yo misma expuesto como académica un par de veces, y porque para mí la lectura personal de estas obras es algo que ayuda a resignificar mi propia vida.

De modo que podría sintetizar la siguiente reformulación de lo que podría considerarse como literatura infantil, considerando ahora el aporte de la visión teórica de los autores citados:

Manifestación artística particular, dirigida en principio a niños y jóvenes pero sin cerrarse a otro tipo de público, que supone un uso estético y poético del lenguaje, en tanto expresión literaria. Como propuesta, la obra de literatura infantil y juvenil requiere por un lado a un autor comprometido con el desarrollo y modelado de una voz que se plasme de manera particular y reconocible a través de su lenguaje, procurando entregar una visión de mundo y un imaginario personalísimos y poéticos, nacidos de una inquietud íntima y de una vocación creadora inigualables e irremplazables. Por otro, la literatura infantil y juvenil requiere de una comunidad lectora activa y capaz de resignificar el texto según su experiencia personal, ya sea infantil o adulta, estableciendo un nexo significativo con la propuesta literaria del autor si ambos comparten imaginarios.

Lo anterior me lleva a considerar que un aspecto fundamental en un mediador debiera ser su profundo y sincero amor por la literatura infantil como un lector más. Por supuesto, su experiencia de lectura será muy distinta a la de un niño o joven, pero finalmente todos seguimos siendo seres humanos y sufrimos y gozamos más o menos por las mismas cosas. Del encuentro entre esta infancia y esta adultez es de donde debiera nacer un embrión de comunidad lectora, que a fin de cuentas entronca con el significado que estos autores (y sobre todo Liliana Bodoc) le entregan a la literatura infantil como arte: comunicación, sentido, amor. Porque, en realidad, la noción de mediador no debiera olvidar nunca que su origen, a mi juicio, tiene que ver más con el deseo de compartir una lectura que nos estremeció y que cambió nuestra vida con alguien a quien amemos, antes que preocuparnos de algo mucho más irrelevante como mejorar la comprensión lectora o enseñar algo. 

En este sentido, un mediador no debiera jamás olvidar que al momento de abordar la lectura de una obra literaria infantil está trabajando con un objeto estético de alto valor artístico y susceptible de múltiples interpretaciones. De ahí que deba tener en consideración gran cantidad de factores al momento de desarrollar un plan de actividades en torno a esta lectura, desde las características específicas del grupo con el que está trabajando a la visión misma de mundo que expone la obra. Debido a la mayor libertad que suele disponer el mediador en su labor, estos factores debieran cobrar gran importancia en sus planificaciones y reflexiones personales en cuanto a su quehacer, pues se está abordando un espacio muy distinto a la homogeneizante aula escolar con sus controles de lectura. El mediador debería estar en condiciones de identificar los gustos particulares de los niños y jóvenes con los que trabaje y potenciarlos, entregándoles obras que ellos puedan disfrutar ya sea por temática o forma (o ambas), pero tampoco debiera olvidar sus gustos personales, pues él mismo es un lector más. Aquí se debiera retomar lo señalado anteriormente: se trata, a fin de cuentas, de establecer puentes o nexos de experiencias, de generar un encuentro lector. Cuando este aspecto se toma a la ligera y se polariza, se tienen situaciones como una inclinación desmesurada a obras clásicas, que a muchos niños y jóvenes les cuesta hacer significativas por diferencias de contexto, o a las infumables sagas juveniles en tanto obras deslocalizadas del canon escolar, que suelen ser del gusto del público juvenil pero que exhiben un valor estético limitado. 

El hecho que yo no haya podido eliminar el adjetivo “infumable” del párrafo anterior es una demostración pragmática de que yo, como lectora, no puedo ocultar mis juicios y valoraciones personales respecto a la literatura infantil y juvenil. Esto da cuenta de que el área de mediación es un excelente campo para compartir y comunicarse entre lectores diversos. De la misma forma en que algunos niños y jóvenes pueden mencionarme que algunas obras les parecen aburridas o intrascendentes para ellos, yo podría quedarme en que odio las sagas juveniles. La idea es que todos podamos ir más allá de eso. Yo odio las sagas juveniles porque la mayoría ha banalizado y convertido en una marca comercial la estética de la Fantasía, que es el sentido último de mi vida; los niños y jóvenes tendrán sus propias razones para detestar otras obras. Y es excelente que así sea. Porque a partir de eso yo puedo mostrarles qué es la verdadera Fantasía, guiándolos a nuevas lecturas que probablemente no podrán conocer con nadie más, haciendo de ellas un nuevo ejercicio de apropiación, y ellos podrán enseñarme obras juveniles que me hagan reconsiderar mis palabras. Y si no hubiese este encuentro de la forma esperada, también sería estupendo: somos distintos, pero todos leemos y todos tenemos obras que definen y redefinen nuestra existencia. 

Porque, de alguna forma, también hay un encuentro en la experiencia de leer una obra de un autor que no vive en nuestro país, que no habla nuestro idioma y que quizá ya ni exista, pero a quien sentimos vivir en cada palabra que leemos. Podemos conocer su mundo, sus esperanzas y su imaginario en estas palabras. Podemos entenderlo, e incluso quererlo. ¿Y cómo no querer también a Liliana Bodoc, tanto como autora como pensadora de la LIJ, si en ambos discursos, el literario y el argumentativo, hay siempre una coherencia que es poética y estética? Que esa coherencia sea asimismo nuestra responsabilidad y nuestra voluntad, ya sea como lectores, autores y mediadores. Tras mi lectura de estos tres teóricos, no puedo sino sentir que esa debiera ser una de las principales orientaciones, al menos en lo que se refiere al último rol: una sinceridad respecto a nuestra propia interioridad y una entrega comprometida hacia la difusión de obras importantes que haga relevante y cálido para muchos más el acto tan urgente y necesario de leer para (sobre)vivir.



Referencias bibliográficas

Rosell, J. "¿Qué es la literatura infantil? Un poco de leña al fuego". En Cuatro Gatos. Disponible en
http://www.cuatrogatos.org/show.php?item=217

Bodoc, L. "Literatura como discurso artístico". Actas de CILELIJ, Vol. 2. 244‐246.

Lluch, G. "Entrevista a Gemma Lluch". Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=X7PhGbpXmt8

2 comentarios :

  1. Siempre considero una pena que en la gran mayoría de tiendas grandes con departamento de libros, la sección dedicada a "literatura infantil" es precisamente literatura didáctica o incluso libros para colorear. Y si hay cuentos estos son recortados, muchas veces sólo dejando dibujos, lo vi con una obra de Dickens, aunque no recuerdo cuál era, sin embargo me sacó mucho de onda.

    En fin, realmente es una pena lo que algunas editoriales suelen hacer con este género, siempre limitándolo, catalogándolo de algo que no es.

    Me gustan mucho tus artículos, siempre aprendo algo nuevo xD
    Saludos!

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    1. ¡Gracias a ti por comentar frecuentemente, Elihú!

      En Chile también pasa mucho eso que señalas. Ahora bien, de un tiempo a esta parte cada vez se asocia más lo infantil con el libro álbum o el libro ilustrado, lo que es un gran avance, sin duda, pero que también entraña un peligro. Siempre he intentado alzar la voz sobre la ausencia de narrativa (entendida aquí como prosa) infantil de parte de editoriales independientes, o bien, que no sea estigmatizada a colecciones propias de planes lectores.

      Me gustaría que se extendiera más la noción de que la literatura infantil también puede -y debe- ser prosa, con ilustraciones opcionales., y que el libro ilustrado fuese sólo un tipo de expresión para las historias de este tipo. Como lectora, confieso que me atrae mucho más leer prosa infantil y juvenil que la lectura del libro ilustrado o libro álbum. Y como autora, amo escribir prosa también. Creo que hay espacio para todo, pero en la medida en que no se caiga en generalizaciones como ésta que apunto y la que tú también mencionas, sobre pensar que todo libro infantil es "literatura infantil", cuando no lo es.

      Espero volver a leerte por acá otra vez.

      Saludos :)

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